Lo que supimos construir, lo que tenemos que cambiar
* Por Tati Echague y Luciano Peralta
Militantes juveniles peronistas
Telam
No tenemos ganas de que Kirchner se haya muerto. Ha sido, sin lugar a dudas, el día más triste de nuestra corta vida. Tal vez sea cierto que lo lloremos por siempre y que no lo olvidemos. Pero qué implica eso, pensamos, dudosos, inseguros.
Nos ocupamos demasiado de él, de su polenta, de su fuerza y de su convicción. Nos toca a nosotros, repetimos. Quizás no sea ni más ni menos que la memoria, la cual es útil, cuando es colectiva.
Pensamos en los Museos de la Memoria, en las Abuelas, en las Madres (qué loco, sonreímos, Kirchner ya está acá). Esa es una memoria activa, presente. Es tener presente que se fueron treinta mil porque hubo un Estado perverso, y esas cosas que con Kirchner volvieron a pensarse, ya no desde un margen, sino desde el centro, desde la política.
Ahora, ¿qué representa mantener a Kirchner en la memoria? Porque siempre implica algo mantener memoria. Seguro que la cosa pasa por algo más que sufrir. Y algo más que llorar. No es nuestra intención analizar los posibles escenarios políticos, analizar actores, o esas cosas propias del periodismo, desde el más berreta al más inteligente de sus representantes.
Para eso, leemos a Mario Wainfeld, Martín Piqué, y los amigos que lo hacen mucho mejor que nosotros. Hoy, nos incomoda otra cosa (¡Con Kirchner sentimos la incomodidad, antes no había esta incomodidad, y acá está, de vuelta!).
Intentamos pensar política en el centro mismo de las contradicciones que nos trae el momento. Nosotros queremos pensarnos a nosotros ¿Qué implica querer que el Pingüino nos acompañe? Sentimos la necesidad de elegir dónde estar, y dónde no. Qué sentidos queremos construir desde la partida del jefe. Porque era el jefe, él mandaba. No tenemos ganas de seguir llorando y eso es una decisión. ¿Qué posibilidades se contemplan, entonces? ¿Qué debería, para nosotros, discutirse ahora, en la marcha de la acción? Mierda, otra vez la novedad. Discutir y actuar, política, política, política. Qué somos nosotros. Por qué pensarnos.
Hay un montón de cosas que parecen imposibles, hasta que dejan de serlo. Somos de esos que siempre creímos en que las cosas imposibles podían ocurrir, en algún momento, no ahora.
Perón había devuelto la dignidad al trabajador, los niños eran felices, las mujeres votaban. Nuestros viejos combatían y soñaban hacía más de 20 años. Se peleaba por los imposibles. Antes.
A nuestros dieciocho años, los imposibles de ese ahora eran invisibles, intangibles. Había sido duro el 2001, terrible. Vimos compañeros de los barrios llorando por hambre y otros que dejaban la escuela. Nada más lejos que un imposible. La disputa nos vencía, las discusiones las perdíamos sin siquiera plantearlas, hasta eso. No había forma de explicar que tal vez, alguna vez, alguien iba a mostrar que hay imposibles que dejan de serlo.
En 2003 llegábamos desde el interior, y era muy arriesgado ir a la universidad y hablar de una nueva Ley de Medios. Aerolíneas era privada, lo era. Para todos era natural. La izquierda era la iluminada, la que siempre creyó y creerá en los imposibles. Hasta con ellos, pobres, perdíamos.
Cuando la CTA nos hablaba de Asignaciones Universales creíamos que eran troscos, marcianos. No podía haber asignaciones, todo estaba hecho mierda. Ser peronistas en la universidad de principios del kirchnerismo resultaba poco menos que imposible. Creer en el kirchnerismo, hablar de peronismo, de proyecto, resultaba incómodo. No era fácil poder decir que tal vez el peronismo podía volver transformar, y ni hablar de enamorar.
Ese 22 por ciento que daba la banda presidencial al Pingüino era Duhalde, cómo explicar con seguridad y convicción (¿cómo convencerse?) de que tal vez podía pasar algo que cambiara el rumbo de los hechos. No creíamos. Pero elegimos el tiempo, y no la bronca. Nos fuimos encontrando. Y llegó la militancia.
Y la cosa cambió. De repente, soldados del Pingüino, compañeros peronistas, el barrio, los actos, y a bancar la calle. Aprendimos, quisimos, éramos compañeros, tuvimos fuerzas. No duró mucho. Quizás por la inexperiencia no logramos encontrar el lugar, por dónde era, no pudimos, no había capacidad de pensarnos.
Cuestionábamos los métodos, los conceptos, las estrategias, los relacionamientos. Pero nunca cuestionábamos a él, siempre estaba un paso más delante de lo que podíamos imaginar como posible. Nos cuestionábamos a nosotros, de bronca nos fuimos. Dejamos, total, estaba él. Solo era él y sus hombres. El resto era pueblo que Kirchner, y sólo Kirchner, supo convocar y construir.
Hoy, en perspectiva, pensamos que todo eso, lo bueno y lo malo, tenía que volver a hacerse carne en algún momento. Porque el futuro llegó hace rato. Que no queden dudas.
En ese momento, la militancia juvenil se multiplicaba, eran muchos, y cómo los criticábamos. Ser soldado es tener una función. Había un proyecto, pero nadie tenía un puesto, solo los que él bendecía. Esos estaban bien, nosotros no estábamos, los jóvenes militantes estaban mal. Y esperamos. Y celebramos siempre a Néstor, luego a Cristina, y a los dos.
Ahora nos damos cuenta de que nosotros tenemos que ser, que pensarnos, que construirnos como actores políticos para defender eso que es tan importante, y que nos unió y que nos abrazó mil veces.
Hoy queremos ser soldados, pero tendremos que ser también tenientes o cabos, pero no de un ejército. Queremos ser compañeros que encarnen y tengan funciones, estrategias, amigos, aliados, enemigos, pequeñas y grandes causas. Pero no podemos tener miedo. Kirchner no le hizo asco a nada. Por eso, hoy lo lloramos.
Entonces, qué viene después del llanto. Viene convocar, pujar, ocupar lugares. Viene poner el cuerpo. Que él siga vivo, la siga pateando en cada apuesta, en cada disputa. Hoy, a los veinticinco años, y ya sin Kirchner, creemos que las batallas por un país mejor son menos imposibles.
La política sigue siendo lo que transforma. Nada de juventudes maravillosas. Ni la edad, ni la muerte. La decisión, la vocación. El legado, es político.
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